Josefina Licitra, invitada de lujo del Cinexcusa
El Festival de Cine Cinexcusa tendrá como invitada internacional a la destacada periodista argentina Josefina Licitra. Del 5 al 9 de octubre los amantes del cine y la literatura podrán disfrutar de la décima versión de Cinexcusa que tendrá como tema central: ‘Infracciones en los conflictos armados’.

La invitada extranjera para la décima versión del Cinexcusa, será Josefina Licitra, periodista y narradora argentina. Escribe en el suplemento Babelia del diario El País de España y en las revistas Piauí (Brasil), Letras Libres (México), Internazionale (Italia) y Ya, Domingo y El Sábado. Sus crónicas figuran en varias antologías del género, y es autora de los libros Los Imprudentes, Los Otros, y El Agua Mala. En 2004 ganó el premio a mejor texto otorgado por la Fundación Para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, fundada por Gabriel García Márquez.
DIARIO DEL HUILA entrevistó a Josefina sobre sus influencias literarias, sus planes a futuro y su participación el Festival de Cine de Neiva Cinexcusa:
¿Cuándo y cómo descubre su pasión por la escritura?
Escribo desde chica, como –creo- buena parte de los escritores. Leía mucho, en parte para salvar unos problemas de insomnio que tuve entre los ocho y los diez años, y la consecuencia casi natural de esas lecturas fue empezar a escribir mis propias historias. Luego, hacia el final del colegio secundario, pensando en alguna forma de dar cauce a eso que me gustaba hacer, que era escribir, decidí estudiar periodismo. Y ahí sí, al segundo año de estar estudiando, un profesor me invitó a escribir en algunos medios donde él trabajaba, y así empecé a publicar.
¿Cuáles fueron los escritores que la animaron e inspiraron a explorar ese camino?
Me cuesta mucho hacer listas. De escritores o de lo que sea. Tengo pésima memoria y siempre recurro a los mismos nombres y termino haciendo una selección injusta de los autores y los textos que me influenciaron. En cualquier caso, y por dar una respuesta muy general, creo que la niñez fue de la mano de Julio Verne, Daniel De Foe y Jack London, la adolescencia la pasé con Gabo, Cortázar, Hesse y Salinger, en la juventud llegaron Calvino, Borges y Bioy Casares, y en la adultez entró y entra de todo. Ahora estoy leyendo Vita Nova (el último libro de poesía de Louise Gluck, extraordinario); Zama, de Antonio Di Benedetto (un clásico que no había leído) y la Trilogía Involuntaria de Mario Levrero.
¿Cómo la ha transformado el oficio de contar las historias de jóvenes invisibles?
Lo transformador, me parece, es contar historias de otros. Más allá de las circunstancias por las que estén pasando esos “otros”. Pueden ser jóvenes o pueden pertenecer a cualquier otro universo de lo social: lo revelador es intentar entender, y lograrlo parcialmente a veces, cuál es la lógica que mueve el destino de las personas. Por qué terminan siendo quienes son, cuáles son las variables, infinitas, que intervienen para que alguien se dedique a la delincuencia, al trabajo social o al arte. Lo que transforma es el proceso mismo de intentar hacer una radiografía de un “otro” y ver que muchas de esas piezas que componen ese cuerpo se parecen a las piezas que uno lleva adentro, consigo. Eso modifica: entender que el resto del mundo está más cerca de lo que pensamos.
¿Por qué decidió tratar temas de memoria?
No trato exclusivamente temas de memoria. Sí trabajo historias que, por el sólo hecho de ser enunciadas, en muchos casos entran en la línea de tiempo, “aparecen” por primera vez, quedan dentro de algún registro histórico. Eso es lo que ocurrió con mi último libro, El Agua Mala, que cuenta la historia de un pueblo, Villa Epecuén, que en 1985, frente a la crecida de un lago, quedó tapado por el agua para siempre. O casi “para siempre”, porque el agua hace unos pocos años empezó lentamente a retirarse y dejó resurgir las ruinas del pueblo. En ese caso, los habitantes de Epecuén vivieron una tragedia que desapareció del registro histórico. Aunque en su momento hubo cobertura de los medios, pasado un tiempo todo se olvidó y la gente de Epecuén quedó sumida en un horror doble: el de la pérdida de su patrimonio y su historia (muchos habían pasado allí la vida entra) y el de haber sido silenciados en ese dolor por un Estado y un sistema mediático que les dieron la espalda. Nadie hablaba de Epecuén; sólo se iba ahí a sacar fotos morbosas. Fue por eso que me interesó hacer un trabajo de fondo que recuperara la historia de ese pueblo y diera lugar a las voces que, desde el presente, pueden hacer un relato de la tragedia.
La historia de Romina Tejerina, una joven de 18 años que esperaba condena tras asesinar, en el baño de su casa, a su hija recién nacida, ¿qué refleja y evidencia respecto al tema de género en América Latina?
La historia de Romina Tejerina ayuda a ver lo solas que estamos las mujeres en términos sociales e institucionales. Si bien la legislación sobre la punibilidad del aborto ha ido evolucionando, es demasiado el camino que queda por recorrer aún. Más allá de que en muchos países hay figuras de aborto no punible, estas figuras contemplan sólo ciertos casos extremos y no son respetadas en los universos sociales más conservadores, que son los que están apartados de las zonas altamente urbanizadas. En ese sentido, el Estado –que está representado no sólo en los grandes tribunales sino también en los tribunales del interior del país- nos sigue dando la espalda y nos sigue cercenando la posibilidad de decidir sobre nuestro cuerpo. Todavía hoy, ante una violación, las mujeres debemos “demostrar” ante ciertos jueces que no vestíamos ropas provocadoras cuando fuimos atacadas. Y todavía hoy, a pesar de que en algunos países –como Argentina- se pude aplicar la figura del aborto no punible para ciertos casos, el mismo código de aborto no punible se refiere a la mujer encinta en términos de “madre”, lo que ya incluye una valoración respecto del embarazo: en ese vientre, para el Estado, sigue habiendo un “hijo”. Por esa razón sigue habiendo demasiadas mujeres que abortan a escondidas, a veces en condiciones sanitarias escabrosas y con métodos poco eficaces que ponen en riesgo la salud no sólo física sino también psíquica. El caso de Romina Tejerina, que ya tiene más de diez años, da muestras de eso.
¿Por qué hay que contar las historias de ‘invisibles’?
En primer lugar, creo que hay que contar todas las historias. No sólo la de los invisibles. Pero sí es cierto que “los invisibles” suelen esconder alguna revelación. La verdad, en general, florece mejor en el secreto, en lo no dicho, o en eso que, a fuerza de repetición, de exceso de visibilidad, se terminó volviendo invisible ante los ojos de todos. Lo que está a la vista ha construido sus propias corazas, es invulnerable y, sobre todo, se torna predecible. Pero en los segundos planos y en los terceros planos hay demasiada información, y vale la pena aprovecharla.
¿Por qué decidió asistir al Cinexcusa y cuáles son sus expectativas?
Porque amo el cine, amo la literatura y amo Colombia. Y porque no conozco Neiva. Mis expectativas se resumen con gran facilidad: espero volverme aún más enamorada que como llegué.
¿Qué verán los asistentes en su charla?
Sabrán cómo y por qué me decidí a contar la historia de Epecuén, la villa hundida y olvidada sobre la que trata mi último libro, El Agua Mala. Hablar de Epecuén es hablar de la destrucción y la reconstrucción de la memoria colectiva y personal. Perder el pueblo en el que pasaste la infancia, la juventud y la adultez, se parece mucho a perderlo todo. Sin embargo, la posibilidad de armar un relato sobre esa pérdida ayuda a restituir, al menos parcialmente, esa memoria que parecía haberse desintegrado.