El nacimiento de la nación brasileña
Reseña crítica del libro “ El imperio eres tú ” de Javier Moro

“… Es muy necesario que te hagas digno de la nación sobre la que imperas,
porque el tiempo en que se respetaba a los príncipes por ser únicamente príncipes se acabó;
en el siglo en que estamos, ahora que los pueblos saben cuáles son sus derechos,
es menester que los príncipes sepan que son hombres y no divinidades”.
Carta de Pedro I a su hijo.
En ”El imperio eres tú” se narra la vida de Pedro de Braganza y Borbón, –Pedro I de Brasil y IV de Portugal– y en buena parte la de su padre Juan VI quienes gobernaron en Brasil y Portugal en el siglo XIX. En este tan ameno recorrido el escritor nos introduce en los tejemanejes de la política, la sociedad y sus intrigas, las costumbres y la economía de la época. Involucra con destreza el escritor en este contexto a las esposas, las amantes y los amigos con gran lujo de detalles para complacencia de nuestra curiosidad y mejor entendimiento de la historia. Es ante todo esta novela la historia del nacimiento de una nación, la más grande de Suramérica: Brasil.
El escritor de este estupendo libro es Javier Moro Lapierre (1955, Madrid), español de origen francés, estudió Historia y Antropología en la Universidad de París VII; a su haber siete novelas, y quien aparte de escribir, le gusta pintar acuarelas, leer, comer y viajar. Confiesa que no hacer absolutamente nada es una de sus grandes pasiones (de que envidiarlo...).
La obra está escrita en tercera persona a través de un narrador omnisciente, lo que le da más fuerza y posibilidades al relato, de manera que puede el escritor presentar este gran capítulo de la historia brasileña con elementos novelados, sin someterse a la estricta veracidad de cada uno de sus detalles. De esta manera el libro presenta episodios reales en sus grandes líneas y trata el hecho histórico sin el rigor del análisis historiográfico y sin asomo de crítica a los hechos acaecidos. Es entonces, una historia novelada más que una novela histórica, lo que hace el relato más fluido y de más amena lectura.
Nos sumerge el libro en la recordación de la historia de Brasil, nación que a diferencia de los países del mundo hispano, obtuvo –vaya paradoja– independencia de Portugal, justamente a través de su misma monarquía quien elaboró y decretó una constitución, la más liberal del mundo en su época. La transición de Brasil hacia la independencia fue a todas luces mucho menos cruenta que en las colonias hispánicas; no hubo guerras como tales, y el país conservó su unidad y extensión territorial (salvo la secesión de Uruguay), sin esas grandes divisiones que fragmentaron el mundo hispánico. Una gran economía de almas y de sangre que acompañó la violenta emancipación del resto de países suramericanos.
Una vida muy agitada fue la de los monarcas Juan VI y su hijo Pedro I que comienza –en el libro– por la mudanza precipitada de la corte del rey Juan VI de Lisboa a Brasil su colonia, fuga suscitada por la inminente invasión de las tropas de Napoleón Bonaparte que tenían como objetivo apropiarse de Portugal mediante la imposición de un soberano de reemplazo, tal como lo habían hecho en España con Carlos IV. El ejército napoleónico llegó al puerto portugués justo para ver zarpar las naves transportadoras de toda la monarquía en desplazamiento a su nueva morada en el nuevo mundo; maniobra hábil que salvó la monarquía portuguesa, a pesar de las reticencias de Carlota Joaquina de Borbón, esposa del rey Don Juan y hermana de Fernando VII de España, quien encontraba degradante abandonar los lujos europeos, su palacio de Queluz para venir a tierra de indios que despreciaba.
Años más tarde, después de una instalación relativamente fácil de la monarquía en el nuevo mundo, y gracias a la cual la colonia se vio beneficiada por la inversión lusa y el posicionamiento ante el mundo, Juan VI tuvo que abandonar Brasil en medio de grandes revueltas en su contra, favoreció su regreso el hecho de que para entonces Napoleón ya estaba prisionero en Santa Elena. Dejó entonces el poder en manos de Pedro I, su hijo, quien posteriormente se hizo nombrar emperador del Brasil. Un hombre inexperto a quien su padre había negado participación en el gobierno, pero con grandes aspiraciones de poder y deseos firmes de cimentar este nuevo país que siempre consideró como su propia patria. En el ejercicio de su gobierno chocó con el pueblo y la aristocracia por sus apetitos desaforados de poder, por su convencimiento de la necesidad de instaurar una monarquía constitucional, por su dualidad frente al poder absoluto del monarca y la sujeción a la constitución, por su claro deseo de eliminar la esclavitud que era la base económica de Brasil, y por sus muchos devaneos sexuales que causaban escándalos permanentes.
Fueron las mujeres su gran debilidad, su alegría y su perdición. En primeras nupcias se unió a la archiduquesa Leopoldina de Austria de la casa de Habsburgo quien le dio siete hijos, entre los cuales resaltan los futuros monarcas Pedro II de Brasil y María II de Portugal. A la muerte de la archiduquesa, que fue emperatriz y regenta de Brasil durante las ausencias de su marido; en segundas nupcias desposó a Amelia de Beauharnais, Princesa y Duquesa de Leuchtenberg.
Leopoldina siempre estuvo profundamente enamorada de su marido, hasta el punto de soportar e ignorar deliberadamente sus dislates y múltiples infidelidades. Esta austriaca acostumbrada a los lujos de la corte de su padre se instala en esta nueva y precaria corte, y bajo un calor sofocante, al que nunca se aclimató, se entregó a su marido, le dio hijos y, gracias a su elaborada educación y buen sentido, contribuyó considerablemente en la afianzamiento del nuevo estado. Jugó un papel muy importante como asesora y por ocasiones encargada directa del trono en las ausencias de su marido; a ella como consejera, se debe en gran parte, la formación del gran imperio del Brasil. Fue Leopoldina mucho más amada por el pueblo brasileño que su marido y su muerte, a temprana edad, fue objeto de gran consternación, por las sospechas de que su muerte fue causada por un aborto inducido por un maltrato de su marido, esto sumado a las conocidas y públicas promiscuidades de su marido que tanto ofuscaban al pueblo brasileño.
Muchas fueron las amantes y mujeres de paso que frecuentó Pedro I y con quienes tuvo numerosos hijos, de los cuales sólo reconoció a muy pocos. Pero entre todas ellas destaca Domitila de Castro, quien fue su verdadero amor y a quien nombró Marquesa de Santos y con gran desparpajo impuso como dama de compañía a su mismísima esposa, al tiempo que le construyó una mansión real en frente de su propio despacho. Sin embargo, para salvaguardar los intereses del Estado no tuvo el emperador otra alternativa que separarse de Domitila y enviarla lejos de su presencia para evitarse las previsibles recaídas a que lo exponían su desmesurada y notoria pasión por ella.
Fue durante su reinado y a pesar de sus muchos desatinos, que el monarca logró hacer de Brasil un país dotado de una constitución, construir una infraestructura importante, darle una aceptación y relevancia en el mundo y lograr una independencia con un relativo escaso vertimiento de sangre. Aun así tuvo, como su padre, que abandonar Brasil y regresar a Portugal dejando el poder en manos de su hijo Pedro II, a quien le asignaron un regente en vista de la corta edad del nuevo monarca. Y allí de regreso a su país de origen se enfrascó en liberarlo de la usurpación de poder de su hermano Miguel a quien combatió y derrotó hasta asentar a su hija, María II, en el trono luso.
El libro nos hace también recordar que la función de los monarcas y particularmente la de sus hijas y hermanas era asegurar la perdurabilidad y expansión de sus reinos, a través de matrimonios de mera conveniencia estatal. En el caso presente, resaltan varios de estos acaecimientos: el matrimonio de Juan VI con la española Carlota Joaquina de Borbón, con lo cual la península Ibérica adquirió, al menos de inicio, una unidad; también se destaca el matrimonio de una hermana de Pedro I con su propio tío, el rey español Fernando VII, con lo cual se afianzó la alianza de España con Portugal y Brasil; Pedro I con Leopoldina que garantizó el nexo entre Brasil y Austria; sin perder de vista que ad portas de matrimonio estuvo María la hija de Pedro I con su tío Miguel, hermano del rey, siendo aún niña. Así se conformaban los matrimonios, sin tener en cuentas afectos, amores o pasiones, lo importante de estas uniones era el beneficio de los reinos.
Sin hesitación alguna recomiendo este libro porque al tiempo que expone la historia del Brasil, asaz desconocida en el mundo hispanoparlante, nos presenta de manera muy amena y de fluida lectura la vida del emperador brasileño con todas sus virtudes, defectos, amoríos y logros. Nos ilustra también sobre la gran paradoja de la vida de Pedro I quien tan ávido de poder abdica al trono de Brasil en favor de su hijo y del trono de Portugal a favor de su hija. Esta novela se hizo acreedora al Premio Planeta 2011 y es el fruto de una extensa investigación histórica que el escritor logra traducirnos en agradable narración.