El M-19 en el Huila, 25 años después de su desmovilización en Suaza
Con voz fuerte y sin rodeos, una excombatiente de este movimiento guerrillero trajo a la memoria cómo fueron esos años en el sur colombiano, por qué decidieron tomar las armas, cómo ayudaron desde estas tierras en la Toma al Palacio de Justicia en Bogotá y la vida después de la desmovilización. Exclusivo DIARIO DEL HUILA.

“La Constitución Política de 1991 fue resultado de nuestro Proceso de Paz, aunque muchos no lo quieran reconocer. Ese fue nuestro mejor aporte”. Así resumió esta mujer de piel morena, voz firme, contundente, que lleva tras sus gafas de madre soltera parte de la historia del conflicto armado en el Huila y Colombia. Ana Lucia Vanegas, hoy con 49 años de edad, ingresó en junio de 1985 a la guerrilla bolivariana del M-19 cuando tenía tan solo 19 años de vida. Fue una de las muchas mujeres que ingresaron como resultado de la inequidad en el campo y el abandono del Estado, explica.
Su primera hija le nació estando ella integrando el grupo guerrillero. Dijo que lo más difícil fue escapar de las hostilidades con su bebita y el arma al hombro.
En medio de las altas montañas del occidente y sur del Huila; y refugiados bajo el amparo de centenares de campesinos de la zona rural, este movimiento guerrillero logró hacer su historia con comandantes como Gustavo Sanjuán, Marcos Chalitas y Germán Rojas Niño. Junto a ellos, Sonia, su apodo al interior del Movimiento, fue testigo del horror de los combates, de las bombas y… la muerte; “eso era lo más duro, sea del bando que se sea”, resaltó. Con sus recuerdos se teje lo que fueron las últimas acciones de la guerrilla que protagonizó los hechos más memorables de la historia reciente en Colombia.
Los inicios en el EME
Desde muy pequeña, Ana Lucía fue formada en un entorno crítico, con claridad en muchos de los elementos que veía en su alrededor y gracias también a la influencia de su señora madre, Floralba Vanegas, hoy con 72 años de edad, una mujer campesina. “Yo me críe en un entorno muy político de izquierda, porque mi mamá perteneció al MOIR. Ella siempre fue a fin con las ideas de la Teología de la Liberación, por lo que hizo parte de una célula del ELN. Yo, por supuesto, era una niña, mi mamá siempre me inculcó esos valores”, contó.
Gustavo Sanjuán, Ana Lucía Vanegas y Germán Rojas Niño, en compañía de residentes de una vereda de Suaza (Huila).
Pero fue un día de enero de 1985, cuando en una finca cercana a la casa de la joven Ana y su madre Floralba en la vereda Tenjo, zona rural del municipio de Palmira (Valle del Cauca), llegó una comisión de combatientes del M-19 a tomar un descanso. “Una muchacha llamada Nidia llega a mi casa y nos dice que los compañeros que estaban allí iban a dar una charla. Estaban hospedados en la finca de una amiga y yo fui. Me llamó la atención la cantidad de mujeres que había presentes y a preguntarles de cosas de la vida femenina y de derechos. Nunca me llamaron la atención las armas”, aseguró.
De auxiliadora a combatiente
Muchas fueron las causas que hicieron que Ana Lucía tomara la decisión, hasta que un sábado de junio de 1985, a la 1:30 de la tarde, toma la decisión de irse. Su “boleto de salida”, como ella dijo, fue un guerrillero apodado Pacho quien estaba en la compañía liderada por el comandante Carlos Pizarro Leongómez, en su humilde casa. “Lo dejaron porque tenía un nacido en una pierna y nos encargamos de cuidarlo, porque no podía caminar”, dijo.
La decisión la toma en consideración de su madre, pero esta ya estaba tomada. Era su última palabra. “No fue una decisión alocada. Yo me fui a la guerrilla porque yo quise. Nadie me obligó. Sin embargo, yo antes lo consulté con mi mamá, teniendo en cuenta lo que eso representa, uno irse a la guerra sin saber si vuelve o no, o si lo capture el Ejército, que es peor”. Y allí duraría cuatro años y medio en el EME.
Gustavo Sanjuán, comandante en Caquetá y Huila del M-19, en compañía de combatiente en Bogotá.
Ana Lucía cambia su nombre y asume el de Sonia y pasa de ser una auxiliadora de esa guerrilla, a ser integrante de la Columna Gloria Amanda Rincón del Frente Occidental del M-19. Ya en el movimiento, lo primero que hace a su entrada es aprender más sobre el movimiento, el ideario político y, para infortunio de ella, debía también aprender manejo de material bélico, pero aseguró que “nunca me gustaron las armas”.
Las mujeres, a la par de los hombres
Relaciones de pares existía entre hombres y mujeres en el EME. Según Sonia, [o Ana Lucia Vanegas] tenían las mismas responsabilidades que los hombres aunque, según ella, no faltaban algunas actitudes machistas al interior de la guerrillerada. “Nosotros cargábamos cada una de nosotras nuestro armamento, nuestros proveedores, nuestro equipo de sobrevivencia al hombro. Solo cambiaba que de pronto el peso era un poco más liviano para nosotras, pero el trajín era igual”.
Pero el mayor reto para Sonia fue asumir su etapa de gestación y posterior nacimiento de su primera hija. Su pequeña nació en medio de las balas de los hostigamientos de las tropas de la Novena Brigada a las unidades guerrilleras. “Cuando los hostigamientos del Ejercito, era lo fatal. Una vez nos tocó uno en la vereda Avispero de Suaza en pleno diciembre, cuando me tocó salir del campamento porque estaba embarazada de mi hija mayor. A una compañera también le tocó salir conmigo, porque estaba amamantando a su bebé. A las dos nos sacaran con el arma al hombro”, recordó.
Su primera acción fue con Pizarro
Y a Sonia le tocaría asumir su palabra. Para ella, la primera acción armada con el M-19 fue la toma del corregimiento de Herrera, municipio de Rioblanco, departamento de Tolima. La habían asignado a la compañía que comandaba Carlos Pizarro. “Yo en ese momento no tenía armamento. Solo me colocaron por ahí al pie para que me acostumbrara a las balas”. Y efectivamente, ella en medio del temor que significaban los proyectiles de lado y lado, supo asumir la prueba.
“Entramos como a las 5:30 de la mañana y los policías de la estación resistieron mucho el ataque. Como a las cuatro de la tarde, los policías se rindieron porque no les llegó refuerzo, se les había acabado la munición. Entonces, se salieron del cuartel y arrojaron al piso las carabinas. Recuerdo que el comandante, ya cuando habían terminado los ataques, formó a los policías y los felicitó porque habían resistido sin rendirse”, contó.
Y al finalizar las hostilidades, Sonia recibe su primerarma de fuego, la que ella considera la vida de un guerrillero en el monte, una carabina 22. “Pizarro era un corajudo para caminar. Le decían carro-loco, porque caminaba con esas piernas tan largas que tenía, pues los pasos eran largos y rápidos en la selva”, recordó a quien también calificó como un soñador de buenos augurios para Colombia.
El apoyo a la Toma del Palacio en Bogotá
Sonia dijo que muchos de sus compañeros con ella se quedaron en la periferia y aunque no participaron directamente en la Toma del Palacio de Justicia en la capital de la Republica, sí apoyaron en otros frentes. Desde lo lejos, Gustavo Sanjuán, Marcos Chalitas y Germán Rojas Niño, los comandantes de las compañías en el Huila y Caquetá, se les veía en sus caras y con radioteléfono en mano la preocupación de quienes estaban resistiendo la retoma y posterior holocausto.
“Apoyábamos la Toma con la comunicación, en hablarle a la gente sobre qué era lo que se estaba haciendo y qué era lo que se buscaba, porque había mucha desinformación al respecto. Lo que estábamos buscando era una demanda armada contra el Estado. El Palacio en Bogotá es donde está toda la élite de la justicia, y era el espacio para exigirle cosas que había prometido pero que el Estado no había cumplido. Desafortunadamente, todo salió mal y de eso nos culparon a nosotros”, explicó.
La desmovilización, la continuación del sueño
Ese fue para Sonia otro de sus días más importantes en su existencia, la desmovilización. Aunque todo el país recuerda a los guerrilleros del EME que se desmovilizaron en Santo Domingo con Pizarro, la orden que recibirían los frentes del sur y occidente, era aglomerarse en la vereda Avispero, zona rural del municipio de Suaza. Y fue así.
Gustavo Sanjuán, Marcos Chalitas, Germán Rojas Niño y otros combatientes de la Compañía Gloria Amanda Rincón del Frente Occidental y Sur del M-19, quienes tenían presencia en el Huila y Caquetá hicieron su respectiva dejación de armas un día después de hacerlo su máximo jefe Carlos Pizarro, el 10 de marzo de 1990. “La entrega de las armas fue muy duro para nosotros, porque el arma era la vida para un rebelde. La quema de todos los tiros, la entregada de los fusiles para la posterior incineración. Luego de eso, cogimos un bus y otra vez para la ciudad, sin saber qué nos esperaba, porque era como la expectativa, el temor; a uno le pueden prometer muchas cosas, pero uno no sabe qué va a suceder”.
Hoy, luego de 25 años de desmovilización, la vida le sonrió y terminó levantando su familia sola, como madre soltera que siempre fue. Desde hace 10 años es regente de farmacia de una universidad pública y trabaja con otros compañeros del desmovilizado M-19 en una entidad de salud en Neiva. Dijo que el actual Proceso de Paz con las FARC es la mejor oportunidad que tiene Colombia para apagar más de 50 años de guerra.