domingo, 20 de julio de 2025
Cultura/ Creado el: 2015-07-12 09:52

El día que perdí la Rúger

Cuento de un interno de la Cárcel del Distrito Judicial de Neiva. Escrito en el programa Libertad Bajo Palabra 2015.

Escrito por: Redacción Diario del Huila | julio 12 de 2015

ALEXÁNDER RAFAEL ZÚÑIGA MARTÍNEZ

Especial para Diario del Huila

Rápidamente me termino de vestir para salir a rumbiar y empezar a disfrutar de la platica que me he ganado en una vuelta. Vacío el resto de loción que queda en el frasco, camino hasta la sala y tomo las llaves de la moto para salir. Antes de partir, me viene el recuerdo de algo importante que se me ha olvidado. Entro nuevamente a la casa, de afán, subo a mi habitación, abro el clóset y saco un maletín manos libres. De éste, extraigo una CZ 380 que porto desde hace rato y cuido celosamente. La vuelvo a guardar. También del maletín saco seiscientos mil pesos, suficientes para gastarme en la rumba. Meto el maletín bajo la cama y ahora sí, de farra.

Me pongo en marcha cuando ya van a ser las diez de la noche. Las calles están solas y hace frío. Al cruzar frente al parque Berrío un amigo me silba y me hace señas con la mano para que me detenga. Me le acerco y lo saludo con los nudillos de los dedos apretados. Se llama Farith y lo conozco de toda la vida, desde pelaos en la cuadra, en el barrio, en la comuna.

―¿Qué, compinche? ―le digo.

―Lo estaba buscando desde hace días ―me dice con una sonrisa de oreja a oreja.

―¿Para qué soy bueno?

―Es que necesito billete y quería proponerle un negocio.

―Cuénteme, ¿cómo es la vuelta entonces?

―¿Se acuerda de la Rúger que tanto le gusta?

―Desde luego ―le contesto entusiasmado.

―Pues se la vendo ―me dice con cara de aburrido―. Tengo problemas económicos que me obligan a venderla.

―¿Cuánto pide?

―Un millón ―me dice como avergonzado―. Usted sabe que es una Rúger y que ésa nunca lo deja metido a uno en las vueltas.

―Le ofrezco seiscientos ―le digo tocándome el bolsillo―. Usted dirá.

―No se aproveche, viejo, no olvide que somos parceros de los buenos. Súbale un poquito y se queda con la Rúger.

―Está bien ―le digo pensando en su cara de necesidad―. Le doy setecientos. Ni uno más. Lo toma o lo deja… Si me dice que sí nos vamos de una por las lucas.

―Listo ―me dice―. De una.

            Se sube a mi moto y nos vamos. Nos dirigimos a mi casa. Vuelvo a la habitación y saco otro billete del maletín. Me lo meto en el bolsillo y él me dice que la tiene en la casa. Aunque vive lejos, nos vamos hasta allá. Él entra y sube a su habitación mientras yo me quedo en la sala, esperando para ver la maravilla que me traerá dentro de poco. Baja con algo envuelto dentro de un sobre de manila y me lo pasa con mucho cuidado. Abro la bolsa ansiosamente. Es un revólver niquelado, cañón reforzado y cachas ortopédicas. Me siento muy feliz de tenerlo, de empuñarlo y de apuntar hacia donde se me da la gana. Siempre le había tenido ganas, desde que él lo compró y me lo enseñó. Varias veces le había dicho que me lo vendiera pero él no había querido.

            Tomo el Rúger y me lo meto entre la pretina del pantalón y la camisa. Intentamos salir de su casa como a las once de la noche, y cuando ya vamos a partir llegan Jorge, Dairo y Erick, otros parceros del barrio. Nos saludan con los nudillos, para saber que somos de la misma gallada.

―¿Y ese milagro que se deje ver? ―me dice Erick, el más alto del grupo―. Anda como perdido.

            Con una sonrisa obligada le contesto:

―Negocios, viejo, usted sabe que hay que buscar la platica.

―¿Y qué, compa? ―pregunta Erick―. ¿Pa dónde es que la lleva?

―La verdad, tenía ganas de tomar un rato, y vine en busca del viejo Fariht.

―Pues hagámoslo ―dice dándome una palmadita en el hombro―. Aprovechemos la coincidencia y brindemos por el reencuentro. Tomémonos algo para recordar los viejos tiempos.

Los demás se animan. Me quedo mudo, pensando si irme con ellos o parchar para donde una noviecita que tengo desde hace días.

―¿Qué piensa, viejo? ―me dice Farith―. No me diga que no lo dejan. Más bien invítenos a algo que esto no se ve todos los días.

―Más bien sentémonos afuera ―dice Farith―. Yo saco una mesita, pongo el equipo y usted mande por las frías ―me dice mientras se dirige adentro.

―Va pa’esa ―le digo―. Pero si yo pongo el billete, que Dairo y Jorge vayan y traigan las frías, pero que estén bien pero bien frías.

            En verdad no está tan mal el fin de semana, así me haya tocado aplazar lo de la noviecita. Ando contento por la Rúger y porque estoy con esos parceros a los que hace rato no veía. Llegan con las frías y en menos que canta un gallo ya hemos vaciado varios envases. Hablamos de la niñez en común. Recordamos historias del barrio y oímos salsita de Willy Colón. Estamos animados y alegres, incluso Farith, que se acaba de desprender de su Rúger. A las doce de la noche pasa el flaco. Le decimos así de cariño porque parece un alfiler. Aunque es como quince años más viejo que todos le gusta parchar con el combo. Lo saludo efusivamente porque me cae bien.

―¿Cómo está la cosa, flaco? ―le digo.

―Mal ―me dice―. De mal en peor. Pero bueno, usted no tiene la culpa de nada.

            Le extiendo una fría para que se alegre el alma.

―Son buenas pa las penas ―le digo―. Y para hablar mierda de la propia.

            Acepta y se sienta en el andén. Rápidamente toma la palabra y nos cuenta que la vida lo trata a las patadas. Su madre ha muerto, su esposa lo acaba de abandonar, se ha quedado sin trabajo y para rematar anda mal de salud.

            Entre todos tratamos de darle ánimo. Le decimos que no hay mal que por bien no venga, que fresco, esas cosas que uno dice por consideración con los amigos. Le damos palmaditas en la espalda y le pedimos que ahogue sus penas con cerveza, que es el mejor remedio para las desdichas.

Pronto nos dan las tres de la mañana, entre salsa de la buena y consejos al flaco. Van tres canastas de cerveza Pilsen. El andén está lleno de envases desocupados. También hemos desocupado una botella de ron antioqueño. Yo me siento mareado y con sueño. Me levanto y les digo que me voy. Cuando voy a buscar las llaves de la moto siento que algo me molesta en la pretina. Me acuerdo que llevo la Rúger, que llevo un botín muy preciado para la casa. Busco el baño en la casa de Farith y pongo el revólver en la mesita de la sala. Al salir del baño veo al flaco con la Rúger en la mano, mirándola fijamente.

―Cuidado con eso, marica, ¿no ve que está cargada? ―le digo alarmado.

            En un abrir y cerrar de ojos el flaco se pone lejos de mi alcance. Primero mira el revólver como si fuera algo extraño y luego lo levanta despacito con el brazo derecho y se lo pone en la sien. Siento que el tiempo corre en cámara lenta, como si el flaco llevara toda la vida con el revólver en la cabeza. El sueño se me va a las patas y grito a los de afuera:

―¡Dairo, Farith, Erick, vengan rápido¡

            Ellos entran y se quedan de una pieza al ver al flaco con la Rúger y con cara de demente. Le dicen pendejadas, que somos sus amigos, que respete la vida que es sagrada. Güevonadas. Puras gúevonadas.  Mientras el flaco los mira con cara de “qué dicen estos manes” pienso en tirármele encima para desarmarlo. Entonces todos oímos la detonación, fuerte, duro, como si fuera en nuestra propia cabeza que ha estallado la bala.

            Luego vemos al flaco tirado frente a nosotros. Cierro los ojos para ver si de pronto todo ha sido un sueño o una alucinación de la borrachera y al abrirlos veo que los muchachos gritan mientras miran al flaco en medio de un charco de sangre. Como todo acaba de suceder, el flaco aún patalea, convulsiona, se sacude en unos movimientos abruptos. Los muchachos se quedan callados, lo mismo que yo, parado como un poste en el centro de la sala. A lo lejos suena la sirena y pienso que el malparido flaco me acaba de arruinar la dicha de haber comprado esa Rúger que siempre había querido tener.

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Escribir para evadir las rejas

“Yo no sabía que escribir lo hiciera sentir a uno tan bien, que hubiera una serie de estrategias para uno poder contar parte de su vida sin exponerse tanto”, fueron las palabras de despedida de Alexánder, uno de los internos que asistió a todas las sesiones del taller de escritura creativa Libertad bajo palabra durante el año 2015.

Y este es quizás el objetivo con el cual el escritor José Zuleta Ortiz, hace ocho años, creó el que es hoy uno de los programas banderas del Ministerio de Cultura, permitir que las personas privadas de la libertad en distintos centros carcelarios del país pudieran aliviar las duras condiciones del encierro mediante la palabra, la imaginación y la creación.

En la cárcel de Neiva, que por razones geográficas está ubicada en el municipio de Rivera, la alianza Ministerio de Cultura-Inpec llega ya a su séptima versión en el año 2015. A lo largo de todos estos años, de la mano del escritor y docente Betuel Bonilla Rojas, coordinador del Programa en Neiva desde su inicio, los internos se reúnen una vez por semana para dar rienda suelta a sus deseos de contar historias de múltiples formas y de compartirlas, en principio, con su compañeros de reclusión. Año tras año, en la antología que se publica en libro con los mejores textos del país, y que circula en bibliotecas y librerías del orden nacional, este centro penitenciario aporta gran cantidad de historias, en buena medida por la cuidadosa selección de los asistentes que hacen desde el Área de Educativas y por las ganas y el empeño que los internos ponen en cada sesión.

Con ejercicios como ampliación de detalles, recuento de conflictos personales, anécdotas propias o de otros internos, relatos de rituales carcelarios como la rascada, las visitas conyugales, la rutina de un día en el patio o el ingreso de la carroza fúnebre para despedir a los seres queridos aun en reclusión, los participantes se van apropiando de estrategias que los llevan a adquirir un estilo particular que muy pronto se va decantando en extraordinarios cuentos.

Como parte de su responsabilidad social, y en aras de visibilizar aspectos de la condición humana, presente siempre en personas que por diversos errores han sido privadas de la libertad, Diario del Huila publica uno de estos cuentos, escrito en el taller del año 2015.

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