Doña Flora y su marido
Crítica a la pieza “En el corazón de Flora” de Flora Martínez

“El mundo tiene una extraña cicatriz, una fisura,
y no sé quién hizo la herida.
...no hay que ser muy minucioso pienso yo para determinar que el inicio de la nada es el ser...”.
José Manuel Freidel
Desde mi palco de buen acomodo observo, mientras el público bullicioso se instala, en el escenario del teatro Leonardus de Bogotá una ecléctica utilería y un piano que esperan atentos y estáticos a ser empleados. Al afiche “En el corazón de Flora” protagonizado por Flora Martínez. Se cuida bien el anuncio y programa de mano de no calificar la presentación ni de teatro, ni de Stand up comedy, ni de concierto, ni de ningún adjetivo que encasille. Y es que la pieza, llamémosla así, tiene de todo esto un poco.
La actriz Flora Martínez (1977, Montreal - Canadá), hija de padre colombiano y madre canadiense, es bien conocida en Colombia por sus apariciones en cine y televisión, pero sin duda el rol que le pega a la piel es el de protagonista de la estupenda película “Rosario Tijeras” (2005), elaborada a partir de la novela del escritor colombiano Jorge Franco.
De inicio hay expectativa y no poco recelo porque acostumbrados nos tienen las divas nacionales a sus shows personales en los que explayan sus vidas; con pretexto de la modalidad comercial del momento –los stand up comedies– en donde con chistes de pacotilla ensalzan y magnifican sus vidas y nos entristecen con histrionismos baratos. Patéticos espectáculos de gusto dudoso, a los que el público asiste creyendo que se trata de una obra de teatro y paga dócil por escuchar contar autobiografías que para “mayor contento” disfrazan con alguna distracción baladí.
Una biografía, y con mayor razón una autobiografía, es de verdadero interés cuando tiene por objeto un ser excepcional (ie. Nietzsche, Einstein, Vargas llosa, Mandela,...), ojalá digno de admiración y de ejemplo, con grandes aportes a la humanidad (o de enormes desaciertos para evitar la reincidencia). En caso contrario, la semblanza se reduce a un compendio de futilidades, cuando no de chismes. Suelen “amenizarnos” nuestras divas nacionales con shows en donde protagonizan sus vidas y destilan la misma comidilla que a diario nos sirven en los complacientes medios de comunicación, en sus sitios internet personales y en las redes sociales, sin empacho ni sutileza. Y hay quienes creen (muchos, infortunadamente) que conociendo estas minucias de sus vidas están informados de algo importante. Entonces esto causa aprensión, hesita uno a asistir a este tipo de espectáculos porque se sospecha más de lo mismo.
No, en el caso de Doña Flora es todo lo contrario, no quiso ella, como lo han hecho otras doñas de la farándula, infligirnos un espectáculo autobiográfico en el que entre chistes y chanzas narran sus vidas para ponerles valor. Bien al contrario, Flora, estupenda actriz, nos deja conocer de ella sutilmente a través de sus gustos por la música, por el canto, por la literatura: lo que tiene en el corazón, como atinadamente reza el título de su espectáculo. Y lo hace con gracia y sentido artístico. Pone en su boca palabras y ademán en su cuerpo, para narrar, recitar o cantar –a su estilo– ideas, pensamientos, situaciones que toma de su propia cosecha o de otros.
Así lo hace Flora durante una hora y casi media más, con genuina modestia; se hace acompañar musicalmente por su marido, el uruguayo José Reinoso, para compartirnos sus gustos, sin caer en las referencias personales directas; los hechos acaecidos en su vida no son mencionados ni implícitamente. Nos seduce y atrapa en su red sutil, inteligente y glamurosa. Esta manera de departir habla bien de ella y del espectáculo que concibió con su pareja, a quien, a guisa de reconocimiento, dedica una sencilla caricia que nos deja entender que hay muchos afectos.
Se atreve Flora con versos y textos, algunos suyos, otros del desaparecido dramaturgo José Manuel Freidel, y le salen bien. Se atreve Flora con cantos y le salen bien. No tiene voz de cantante, pero articula y entona desde su corazón, ese que no maneja con cuerdas bucales, ese que tiene sencillez, suavidad y una cierta fragilidad, y por eso le sale bien.
Abre la pieza con un texto de Freidel en donde la mendiga Amantina entre lamentos susurra: “¡Qué! No les duele una anciana vieja, loca y ciega que cuenta cosas de otras épocas y las encuentra repetidas en esta”, para luego ver a Flora-Amantina rematar casi jubilosa y darle sentido a la pieza: “Si mi historia, mi común y corriente vida no merece un peso, sé cantar y sé bailar...”.
Y en uno de sus escritos que nos declama hace más tarde referencia a Chaplin: “El deseo de revertir realidades que no queremos, logra a veces eventos excepcionales y milagrosos…”
Luego de una cautivadora serie de sobrias escenas, Flora termina su pieza, que para entonces ya es nuestra, con la canción “Solo le pido a Dios” del cantautor argentino León Gieco, de la que con particular afección recuerdo la versión de Ana Belén, y, oh sorpresa, me viene en picada a la mente que también de ella había visto hace unos años una pieza de similares características en Madrid con la reconocida pianista Rosa Torres-Pardo. Ana y Flora dos almas sensibles, parecidas, musicales, artísticas. Para finalizar, y de ñapa, Flora nos canta con su tío guitarrista, de quien nos revela fue el motivador de sus gustos musicales.
Un enternecedor e interesante espectáculo que bien vale la pena, una bonita velada en perspectiva y por poco tiempo en algunas ciudades (Bogotá, Bucaramanga, Barranquilla, Cali, Medellín). Una invitación a nuestros amigos huilenses para “darse la rodadita” por este espectáculo, al tiempo que un llamado a algún productor regional para traerlo por estas tierras.