Carmen Balcells mandaba y siempre ganaba
El periódico El Clarín recordó un escrito de Juan Cruz (periodista y fue director de Editorial Alfaguara) sobre Carmen Balcells, fallecida ayer a los 85 años de edad.

No es cierto que Carmen Balcells fuera la madre de sus autores, únicamente. Fue quien levantó de su silla modesta de Earls Court a Mario Vargas Llosa y lo conminó a escribir a tiempo completo. Fue quien convenció a la madre de Juan Marsé para que no dejara éste de escribir y se dejara de relojerías. Fue la legendaria madre editorial de Gabriel García Márquez, que un día dijo que quería ser como Carmen Balcells: tener una agencia y disponer de un autor que se llamara Gabriel García Márquez.
En tiempos en que era su energía realidad y leyenda, antes de que fuera casi sólo leyenda, cruzaba océanos para llevar flores o acompañar a los seres a los que dedicó su vida desde los años sesenta. Cambió la vida de los escritores, se hizo su acompañante, su hermana y su madre, como me decía ayer Juan Marsé. A Vargas Llosa lo vio hace unos días; la encontró enérgica, de buen ánimo; este cronista la vio también hace un mes; fue una comida, porque sí. Ya no éramos competidores, sino colegas de la vida. Sabíamos muchísimo uno del otro, y siempre me aconsejó, dándome órdenes, pues esa era su manera de ponernos a trabajar, con la razón con la que un ingeniero (ella parecía un ingeniero, o un ministro) tiende puentes y hace deducciones.
Era posible que en muchas cosas no tuviera razón, pero siempre salías de allí con las convicciones cambiadas, con la conciencia plena de que no era posible lo que ella consideraba imposible. Tenía la técnica de la espera: espera y verás. Por ejemplo, se opuso al negocio del libro de bolsillo, porque era una ruina para el negocio grande, y la misma pega le puso al libro digital, hasta que decidió ponerse en primera línea, aun a regañadientes. Tenía unos cuadernos enormes, amarillos, donde apuntaba todo aquello que se cruzaba por su mente.
Y todo lo que pasaba por su mente tenía que ver con el argumento del negocio. Este se desarrollaba, además, como una actividad de relativos: si el otro no era cómplice, había que hacerlo tuyo; si el otro no te seguía, había que convencerlo con un arma infalible, la simpatía. Si quería ganarte, no te daba órdenes, te llevaba a su terreno, y ya dentro de ese campo de juego Carmen Balcells ordenaba y mandaba, era la que mandaba hasta el final. Y te hacía feliz que mandara, porque ya te había convencido de que lo que te había ordenado era lo mismo que tú hubieras hecho.
A mí me conminó a comprar un libro de Augusto Roa Bastos que era manifiestamente mejorable; cuando se publicó, ella no tuvo empacho en decirme que los críticos y ella sentían cosas parecidas acerca de aquella obra en la que el viejo Roa no había puesto lo mejor de sí mismo.
En la negociación era dura; y cuando creía que podía ceder, en realidad te hacía creer que tú lo habías conseguido. No: era que ella te había conseguido convencer. Le tuve amor y le tuve afecto y me hizo odiar y amar el oficio de editar, porque era infalible y porque siempre no sólo me ganaba sino que ganaba siempre. Y te ganaba siempre, además, por la simpatía. Aquella mujer tan aparentemente severa era, como decía de ella José Luis Sampedro, una mujer bañada en lágrimas que era capaz de despojarse de la mano para que uno de sus autores siguiera escribiendo. No habrá otra como ella, y esto no es leyenda, es un hecho como que se ha muerto, y parecía imposible. Ahora es cuando sabemos que era la madre de todos nosotros.
El nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, saludando a Carmen Balcells.
Carmen queridísima, hasta pronto
El escritor peruano, premio Nobel, Mario Vargas Llosa recordó la figura de la agente literaria.
La noticia me ha caído como un rayo; hace tres días estuve despachando, comiendo, cenando con ella y todo el tiempo tuve el siniestro presentimiento de que sería la última vez que la vería. Estaba siempre muy lúcida, llena de proyectos, realistas y delirantes. Como si fuera a vivir siempre. Pero su físico estaba realmente en ruinas y era imposible no preguntarse cuánto tiempo más esa ruina física seguiría sosteniendo a esa maravillosa cabeza y esa energía indómita.
Carmen Balcells revolucionó la vida cultural española al cambiar drásticamente las relaciones entre los editores y los autores de nuestra lengua. Gracias a ella los escritores de lengua española comenzamos a firmar contratos dignos y a ver nuestros derechos respetados. De otra parte, ella indujo y hasta obligó a los editores de España y de América Latina a volverse modernos y ambiciosos, a operar en el amplio marco de toda la lengua y a sacudirse la visión pequeña y provinciana que tenían.
Además, fue mucho más que una agente o representante de los autores que tuvimos el privilegio de estar con ella. Nos cuidó, nos mimó, nos riñó, nos jaló las orejas y nos llenó de comprensión y de cariño en todo lo que hacíamos, no sólo en aquello que escribíamos. Era inteligente, era audaz, era generosa hasta la locura, era buena y su partida deja en todos los que la conocimos y la quisimos un vacío que nunca nadie podrá llenar. Carmen queridísima, hasta pronto.