Cuando La Rumbita vendía discos como arroz
La legendaria cadena fue una de las que más vendió acetatos, casetes y discompactos en el país.

Ricardo Rondón Ch.
Quizás algunos no estén enterados de que la historia del telemercadeo en Colombia comienza a mediados de la década de los 80, en pleno centro de Bogotá, en un próspero almacén de discos, con un televisor de tubos empotrado en lo alto de una vitrina que daba a la calle, y con la figura bonachona y descalzurriada del matachín más célebre y recordado que haya parido el cine mexicano: Don Mario Moreno ‘Cantinflas’.
-¡Cómo!, ¿Cantinflas bailando la Lambada? Si en la época del cómico no existía ese ritmo…
Era la pregunta obligada de la mayoría de los transeúntes que en ese entonces se arremolinaban al frente del Mercado Mundial del Disco (carrera 7° con calle 21), para desternillarse de la risa con las piruetas del actor mexicano, acompasadas con los acordes del ritmo carioca que hizo eco en las pistas colombianas, como en su momento lo marcó La Pollera Colorá.
Para estas fechas decembrinas, el Mercado Mundial del Disco vivía atiborrado de público de todas las edades, en busca de la música parrandera de antología: Los Hispanos de Rodolfo Aicardi, Los Graduados de Gustavo ‘El Loko’ Quintero, La Billos Caracas Boys, Los Melódicos, Los Blanco, Lucho Bermúdez y Pacho Galán, Los Corraleros de Majagual, Pastor López, entre otros.
Era tal el gentío, cuenta su propietario, que el 24 de diciembre, daban las doce de la noche, y la copiosa demanda de discos hacía imposible el cierre del establecimiento.
A ese hombre de barba, patillas, vestir informal y voz curada por la afición a los micrófonos y la picadura de tabaco, se deben los orígenes del telemercadeo en Colombia, con recursos técnicos artesanales, “con las uñas”, como se decía. Su nombre, Fabio Josías Polanco, un tolimense de racamandaca que tuvo que huir peladito de los azotes de la violencia, en el municipio de Dolores, la parcela de su nacencia.
Visionario
Reconocido y respetado por los grandes sellos discográficos del país, por los artistas y por la misma competencia, Prodiscos, La Música, Discorama y Bambuco, estas dos últimas empresas de las que fue socio mayorista, Polanco, a la vera septuagenaria de sus bien vividos almanaques, llegó a tener más de 70 almacenes de La Rumbita, su razón social emblemática, un promedio de 600 empleados, y una historia de vida como para novela.
Hoy en día, sentado tras el mismo escritorio desde donde atendió por espacio de 34 años sus negocios discográficos, con la experiencia y la sabiduría que deja el trasegar de la vida, se dedica a un oficio totalmente opuesto al del pujante negocio con el que brilló por décadas, el mismo que le valió el apelativo del Zar del disco: el de la poesía, en la última etapa, dedicada a la paz y la reconciliación, él que sufrió a temprana edad los derrotes de la persecución y el destierro.
Justamente ese éxodo contribuyó para que aquel jovencito tolimense aplicara sin saberlo, la máxima de Francis Fukuyama, uno de los grandes teórico-prácticos de la política y la economía mundial: Las apabullantes crisis suelen arrojar la semilla que el tesón, la visión y la perseverancia recompensan en sólidas y ejemplares realizaciones.
Su pericia como vendedor le hizo ganar la confianza y la admiración de sus patrones, claudicó en estos avatares de la elegancia, para sorpresa de sus amigos, dizque ofreciendo sus votos de castidad y oración, con la promesa de convertirse en sacerdote.
Polanco estuvo tan seguro y convencido de su vocación sacerdotal, que de no haberse enterado por sus propios ojos de las trapisondas y los deslices sexuales de su presbítero mayor en el seminario, a lo mejor hoy la curia tendría entre sus huestes a un obispo de franco verbo, robusto y rozagante, al frente de su ministerio en la Arquidiócesis de Ibagué.
Alcanzó a hacer sus pinitos en Emisora Mariana, y el día que le indicaron dar la hora al aire, sintió de los pies a la coronilla los mismos estertores de quien por primera vez ha probado las delicias de la carne femenina. No obstante, se dio cuenta a tiempo que el sueldo de un locutor no se amoldaba a las aspiraciones del joven con visión de negociante, a quien siempre le ha fascinado el dinero contante y sonante.
Y como al que le van a dar le guardan, y si llega tarde le calientan, Polanco por fin encontró el panal de la bonanza representado en el trabajo que lo proyectaría a futuro como el exitoso empresario del disco que trascendió por varias décadas: su vínculo con Discos Orbe, donde empezó desde abajo hasta llegar a gerente de ventas, y de ahí en adelante su independencia parar abrir, con algunos ahorros y un préstamo, su primer almacén de Discos La Rumbita, en el barrio Venecia.
Ese fue el punto de partida de la legendaria cadena que más vendió acetatos, casetes y discompactos en el país, hasta fijar su centro de operaciones en el corazón capitalino, cuando compró su establecimiento cumbre, el Mercado Mundial del Disco, donde germinó, por iniciativa suya, la historia de las televentas.
Promociones
Narra el gran visionario de los negocios que la prosperidad entre vitrinas y mostradores no le fue suficiente como para cruzarse de brazos en su escritorio y dedicarse a contabilizar sus réditos. Que las ventas podrían alcanzar topes sorprendentes con estrategias de promoción que rondaban en su cabeza.
Era la época de las primeras cámaras de vídeo y del betamax, y ayudado por el técnico más aventajado de su nómina, comenzó a botar corriente ante la filmadora, con la advertencia de que si quien estaba detrás de ella osare reírse de sus promociones, le podría costar el puesto. Grabó varias, pero al final no lo dejaron del todo satisfecho.
De modo que a la par de los videos de Cantinflas, y después de otros cómicos como Tintín, Laurel & Hardy, Viruta y Capulina, y el desfachatado Benny Hill, Fabio Josías Polanco promovía los discos de moda, pero también aquellas ofertas, a precios irrisorios, de acetatos y casetes estancados en el olvido, huesos, que llamaban, que él compraba como remate en las bodegas mayoristas, y que revivían y multiplicaban dividendos, gracias a su ingenioso telemercadeo.
Era habitual ver al frente del Mercado Mundial del Disco, en el amplio andén que aún se conserva, nutridos grupos de personas con la mirada lela ante las promociones del genial Polanco que, para variar, invitaba al set de presentación locutores y publicistas de cotizadas disqueras como Orlando Ríos Torres, gerente del desaparecido sello FM Discos y Cintas, y de Prodiscos, hoy radicado en Barranquilla.
A esos formatos musicales sucedieron las promociones directas con los artistas representativos de diferentes géneros. Las grabaciones de estos promocionales se desarrollaban en una sala dispuesta en el tercer piso de la edificación, que en la actualidad resume gratas añoranzas: una victrola de la RCA Víctor, varios tornamesas, algunos acetatos y casetes, y una pared forrada con el distintivo de La Rumbita, que era el telón de fondo de las filmaciones con cámara de paseo.
Grandes figuras
Por ese salón desfilaron figuras como Rafael Orozco y el Binomio de Oro, Otto Serge y Rafael Ricardo, Joe Arroyo, Julio Estrada ‘Fruko’, Juan Carlos Coronel, Galy Galiano, Paloma San Basilio, Patricia del Valle, las Hermanas Calle, Diomedes Díaz, de una larga lista de rutilantes artistas que eran recomendados para estas promociones por los mismos gerentes de las más encumbradas disqueras.
Cuenta Polanco que ante la impresionante racha comercial, cuando se vendían discos por millones, y la vida no sólo le sonreía a él sino a la industria discográfica, por la noche, en la soledad de su oficina, y en actitud solemne, le daba gracias a Dios con la convicción de que su negocio, el del disco, nunca se iba a acabar…
Pero se acabó. Tecnologías como internet, los nuevos formatos y dispositivos digitales, y la consecuente piratería, fueron mermando el negocio hasta extinguirlo, casi que por completo. Hoy sobreviven algunas tiendas, pero con la alarma encendida de liquidación.
En ese inevitable proceso, Fabio Josías Polanco fue cerrando paulatinamente los 70 almacenes de La Rumbita que llegó a regentar en Bogotá y en diferentes puntos del país.
El último en liquidar -ya va a ser cinco años- fue el Mercado Mundial del Disco, que hoy tiene arrendado a una farmacia de cadena. Pero él sigue incólume en su oficina del tercer piso, contiguo a la azotea donde todos los días se erige el tricolor nacional, en la franja sabia de sus 70 años, dedicado a otras inversiones, sin mayores nostalgias de su pasado boyante, pero con la satisfacción del deber cumplido y la tranquilidad de conciencia de no deberle nada a nadie, de haber generado empleado y de apoyar en lo posible nuevos talentos del arte musical.
Frente al vetusto escritorio y en medio de la trepidante vocinglería de buhoneros y artistas callejeros que se filtra por las ventanas, da rienda suelta a su inspiración, y reserva espacios para atender a sus amigos al calor de un tinto o de una infusión aromática, enterarlos de sus novedades líricas, compartir reminiscencias de épocas pretéritas, como esta memoria que narro, de tantas que él, con su entretenida labia, no cesa de contar.
Porque en finadas cuentas, el poeta Fabio Polanco es un cuento de nunca acabar.