La Jirafa de Gabo sobre Neiva
El 20 de junio de 1952 Gabriel García Márquez, recientemente fallecido en México y único colombiano galardonado con el Premio Nobel de Literatura, publicó en su columna de opinión denominada La Jirafa, en El Heraldo de Barranquilla, un relato intitulado “Una ciudad reclama su bobo”. Tal vez la única en toda su carrera en donde menciona a la capital del Huila.

Entre enero de 1950 y diciembre de 1952 Gabriel García Márquez trabajó en el diario El Heraldo (Barranquilla). En ese periodo redactó columnas intituladas La Jirafa (que eran conocidas como Jirafas) en donde se refería a temas de la cotidianidad colombiana.
Una de ellas, escrita el 20 de junio de 1952 se denomina “Una ciudad reclama su bobo” en donde se refiere a la importancia de esta figura en cierta época de la historia de Neiva. “Ningún personaje como el bobo está biológica y cívicamente autorizado para llevar velas en todos los entierros. Donde no puede estar nadie más que el alcalde, está el bobo”, mencionó el fallecido escritor.
En el libro Gabo Periodista, un trabajo realizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) con el apoyo de la Organización Ardila Lülle (OAL), se encuentra este texto. Es el periodo de su juventud y formación literaria y profesional, que va del año 1948 a 1963.
Formación literaria y profesional
En ese tiempo pasó por destacados medios como El Universal (Cartagena, mayo 1948-diciembre 1949); El Heraldo (Barranquilla, enero 1950-diciembre 1952), también dirigió Comprimido, “el periódico más pequeño del mundo”, y fue jefe de redacción de Crónica, revista sobre deportes y literatura; El Nacional (Barranquilla, octubre-diciembre 1953); El Espectador (Bogotá, enero 1954-julio 1955); varias revistas en Caracas (Elite, Momento, Venezuela Gráfica) y en Bogotá (Cromos, El Espectador, El Tiempo, Acción Liberal); fue corresponsal de Prensa Latina; y laboró en Sucesos para Todos y La Familia, en México desde 1961 hasta 1963.
Héctor Abad Faciolince, quien realizó la selección de los escritos de este periodo, escogió artículos escritos en Cartagena y Barranquilla. El titulado “Una ciudad reclama su bobo” es una de sus Jirafas (columnas) en el impreso El Heraldo donde firmaba con el seudónimo Séptimus, nombre tomado de Septimus Warren Smith, el personaje alucinado de Virginia Woolf en su obra La señora Dalloway.
Cultura popular
Según el mismo García Márquez mencionaba, sus notas en La Jirafa eran sensibles a la cultura popular. Héctor Abad explica que en este escrito el tema del bobo del pueblo puede parecer muy bobo, pero no lo es y así como ellos tienen su lugar importante y necesario en una pequeña ciudad, también las notas bobas tienen el suyo en la trayectoria de un buen columnista.
Agrega que las columnas de Gabo, al contrario del habitual género de la opinión, no fueron pensadas para convencer a nadie de nada. “Los grandes escritores no convencen, sino que seducen. Del García Márquez de aquella primera época, en el fondo, nos intriga averiguar cuál era la verdadera causa de su felicidad y cuál el recóndito motivo de su desdicha. Su único triunfo completo es que siempre lo leemos, sin saber bien por qué, hasta la última letra. Hasta el último punto”.
Una ciudad reclama su bobo
Hasta hace algún tiempo, como toda ciudad respetable, Neiva tenía su bobo. En algún momento de la evolución urbana pudieron hacer falta el acueducto, el alumbrado eléctrico, el palacio de justicia o una vía de comunicación. Pero no hacía falta el bobo; y eso era muy importante, porque había en aquella bienaventurada circunstancia un principio básico para que el resto de los servicios públicos llegara como empujado por el dinamismo natural del progreso. En cierta forma, el bobo del pueblo es y ha sido siempre la forma rudimentaria pero más caracterizada de los servicios públicos. Sin exigirle mucho, ese personaje que por lo general tiene tanto de monstruoso por fuera como por dentro tiene de inefable y puro, es la primera, la definida manifestación embrionaria del acueducto, del alumbrado eléctrico, los transportes urbanos, la telegrafía, el cinematógrafo, la radio y la televisión. Ningún personaje como el bobo está biológica y cívicamente autorizado para llevar velas en todos los entierros. Donde no puede estar nadie más que el alcalde, está el bobo. Entre otras cosas porque generalmente la sensación de autoridad y mando que fluye del alcalde, es la salsa natural donde se mimetiza, se disuelve y hasta se elimina en apariencia la insignificancia del bobo.
Antes de que el pueblo sea ciudad, es el bobo quien resuelve con dignidad y eficiencia todos los problemas que la civilización ha encomendado a la costosa diligencia de los hidrocarburos. Él está en todas partes: es unitario y múltiple, cargante y servicial, insensato y discreto, apoltronado y diligente, seráfico y sicalíptico, ofensivo y balsámico, diestro y siniestro; según el estado en que le amanezca el hígado. Pero a pesar de su lado áspero, es quien mejor lleva los recados. Y es el mejor tercio en el amor y el más peligroso en el adulterio; el mejor espectáculo para reconfortar una fiesta y también el más efectivo para echarla a perder. Es, detrás o arriba de un burro y dos barriles, la evangélica anunciación del acueducto y la apocalíptica revelación del alumbrado público con media libra de piola y una arroba de sebo.
Cuando el pueblo crece, el bobo pasa a un noveno lugar en la escala diatónica de la utilidad social, desalojado por esos gigantescos y complicados bobos mecánicos que inventó la civilización con el nombre de servicios públicos. Y esa misma suerte fue la que corrió Alcides – el bobo de Neiva- a quien en una mala mañana metieron en un tren y se lo llevaron para el manicomio, ingrata e inoportunamente llamado a calificar servicios. Pero no transcurrió mucho tiempo sin que Alcides, por el solo hecho de no estar allí, se hiciera notar en Neiva. Por lo menos hacía falta un par de orejas largas y peludas que oyeran, y cuatro dientes desportillados que sonrieran y dos ojos que vieran al hombre que desde hace veinte años va todas las noches a la plaza pública a cantar las figuritas de la lotería. Por lo menos hacía falta alguien que tocara las campanas -con el alegre sentido de la improvisación que tiene el bobo del pueblo subido a un campanario- y que como Alcides tuviera además la extraordinaria facultad de repicar y andar al mismo tiempo en la procesión. Entonces fue cuando en Neiva se dieron cuenta de su importancia y empezaron a colectar fondos para repatriarlo. Meritoria labor de una ciudad sensata, saludable, que oportunamente se ha dado cuenta de que le hace falta un bobo, y ha tenido el valor civil de reconocerlo.
(Jirafa tomada del libro Gabo Periodista, página 83).